HISTORIA DE BULLAS
ANTIGÜEDAD
Las primeras señales de presencia humana en las tierras que hoy conforman el municipio de Bullas se remontan al periodo Eneolítico, hace unos 5.000 años. Restos pertenecientes a esta época se han hallado en los yacimientos del Cabezo del Oro, Reclín, El Castellar, la Fuente Mula o el Pasico Ucenda. La cultura argárica, que dominó el sureste de la Península Ibérica durante la Edad del Bronce dejó nuevos restos en los lugares anteriores, así como en el Cabezo del Molinar y en la Fuente de la Higuera.
Después del periodo ibérico hemos de llegar al a época romana para encontrar una ocupación significativa del territorio bullense. No existió ciudad alguna, pero sí numerosas “villae” o fincas rurales que aprovecharían los numerosos manantiales de la zona para desarrollar una actividad agrícola. Vestigios de estas edificaciones han sido hallados en la Fuenblanquilla, la Fuente Mula, El Romero, Fuente de la Carrasca, La Copa y La Loma, aunque por encima de todas ellas destaca la de Los Cantos, ocupada desde el siglo I d.C. y que se mantendría hasta las invasiones bárbaras a principios del siglo V.
La villa de Los Cantos ha sido lugar de importantes hallazgos arqueológicos, como el de cuatro esculturas de niños realizadas en mármol blanco, entre las que se encuentra el Niño de las Uvas, importante símbolo local que representa a un geniecillo estacional, concretamente el propio del otoño.
No han faltado teorías disparatadas que pretendían atribuir a Bullas orígenes legendarios y una historia grandiosa. Muchos de estos datos ficticios eran obtenidos de los llamados “falsos cronicones”, propios de los siglos XVII y XVIII, que buscaban enaltecer las historias locales. En este contexto hemos de entender los nombres de “Abula Bastetana” o “Bulla Regia” para Bullas o la presencia de personajes como la reina Belkis o el obispo San Segundo.
Proyecto Carmesí
FamilySearch.org
LA EDAD MEDIA
Tras el abandono de las villas romanas sobreviene un periodo oscuro en cuanto a los datos existentes sobre el devenir de las tierras de Bullas en la Alta Edad Media. Esta zona deshabitada permanecería a la sombra de la no demasiado lejana ciudad de Begastri, entonces sede episcopal.
Hemos de esperar a la dominación musulmana cuando en los siglos XI o XII tenga lugar la construcción del castillo de Bullas, emplazado en lo que hoy es el casco antiguo de la localidad. Por la misma época se levantaría el pequeño recinto amurallado que dominaría el territorio desde la Piedra del Castellar, lo
que es conocido como “El Castillico”. Bullas fue fundación musulmana, por lo que lo más lógico sea que su nombre tenga un origen árabe y no latino como se ha venido afirmando tradicionalmente (bullae = burbujas, por la notable presencia de fuentes en sus tierras).
A mediados del siglo XIII tiene lugar la conquista del Reino de Murcia por las tropas castellanas. Y es en este momento cuando aparece por primera vez mencionado el nombre de Bullas, en un documento fechado el 22 de julio de 1254 por el que se cede a Mula el castillo de Bullas. Unos años después sería integrada, junto con Caravaca y Cehegín, a la Orden del Temple. Bajo el dominio templario tuvo lugar la única batalla recogida en las crónicas que acaeció en Bullas. Alí Mohamed, procedente de Huéscar, atacó la fortaleza, obligando a huir al comendador Bermudo Menéndez.
En el siglo XIV, tras la extinción del Temple, Bullas y el resto de la comarca pasan al dominio de la Orden de Santiago, a quien pertenecería durante más de 500 años. En 1347 el castillo de Bullas se hallaba en ruinas. Ruy Chacón, comendador de Caravaca, presenta un proyecto para reconstruirlo en un plazo de tres años. Pero todo quedó en agua de borrajas, ya que al año siguiente se produjo la terrible epidemia de peste que diezmó la población de Europa entera. Bullas probablemente estaba ya despoblada, pero el abandono de aquel proyecto de reconstrucción condenó al castillo a permanecer como un montón de ruinas durante más de dos siglos. En 1398 se dividirían las tierras de Bullas entre Cehegín y Mula, y en 1444 Bullas pasaría definitivamente a pertenecer a la villa de Cehegín.
EL SIGLO XVII. EL RENACER DE BULLAS
Bullas permaneció como un despoblado hasta finales del siglo XVI. Sus tierras eran de propietarios cehegineros. Poco a poco, el entorno del viejo recinto medieval se fue repoblando, ya que los labradores preferirían vivir cerca de las tierras que trabajaban. Los nuevos pobladores construyeron sus viviendas sobre las ruinas del castillo (razón de la inexistencia actual de la antigua fortaleza). A mediados del siglo XVII, los varios centenares de habitantes de Bullas comenzaban a darse cuenta de las desventajas de todo tipo que suponía pertenecer a Cehegín, distante tres leguas. Los primeros movimientos secesionistas se produjeron en el terreno eclesiástico. La ermita de San Antón, construida en 1568 y primer templo cristiano de la localidad, no contaba con la asistencia continua de un sacerdote, que debía venir de Cehegín. En 1664 se consigue la ansiada segregación religiosa, con la instalación de una pila bautismal en la mencionada ermita, la famosa “pila robá”, llamada así porque se cuenta que varios bullenses se apoderaron de ella cuando estaba “secuestrada” por las autoridades cehegineras contrarias a la autonomía religiosa de Bullas.
Estos hechos serían el preludio de la independencia política, cuyos trámites se iniciaron en diciembre de 1685. Tras el notable esfuerzo que supuso el pago a la Corona de 34.832 reales y 12 maravesíes, el rey Carlos II “el Hechizado” concedió el privilegio de villazgo a Bullas el 19 de diciembre de 1689, que se haría efectivo el 17 de junio de 1690, cuando el juez José de Berzosa se presentó en Bullas procedente de Madrid. Dos días después se constituyó el primer Ayuntamiento, que se reunió en la Plaza Vieja. Seguidamente se elaboró el vecindario y se delimitó el término. La aldea de La Copa, que habría surgido paralelamente al poblamiento de Bullas unas décadas antes, pidió ser incluida dentro de estos límites, uniendo así sus destinos a los de Bullas. La andadura del nuevo municipio se iniciaba sin más riqueza que unas pocas tierras y el trabajo de sus humildes gentes.
EL SIGLO XVIII
Los años siguientes a la independencia municipal supusieron momentos de gran dinamismo para la nueva villa. Es un tiempo de crecimiento económico sin demasiados conflictos que alteraran el desarrollo de la localidad.
El entramado urbano comenzó a expandirse rápidamente, así como su población. Pronto se acometió la construcción de los edificios importantes que el pueblo necesitaba. Primero fue la iglesia, que vendría a sustituir a la vieja ermita de San Antón. En 1723 se finalizó el templo parroquial que sería puesto bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario tras ser elegida democráticamente por las gentes de Bullas. Años más tarde se procedería a construir el matadero, el pósito o almacén del trigo para tiempos de escasez, el edificio del ayuntamiento y la cárcel.
EL SIGLO XIX
La nueva centuria dio comienzo con la remodelación de la iglesia parroquial que le daría su imagen actual presidida por su vistosa torre. No fue esta una época fácil para los habitantes de Bullas, que se vieron afectados por diversas epidemias a lo largo de todo el siglo. De tercianas en 1802 y 1817, de disentería infantil en 1821, de cólera en 1855 y 1885. Estas diezmaron a la población bullense que poco podía hacer ante ellas en medio de una miseria generalizada.
También fueron frecuentes los conflictos por el agua del río Mula con la localidad del mismo nombre, que provocaron más de un pleito y algún que otro enfrentamiento. En otro orden de cosas, se dejaron de pagar los diezmos a la Orden de Santiago en 1841. El siglo acabó con la plaga de filoxera que devastó
los viñedos de la comarca, suponiendo un verdadero problema para la economía local.
Pero el final del siglo XIX también una época de grandes proyectos públicos. La oligarquía local, con apellidos como Carreño, Melgares y Marsilla, fueron muchas veces los encargados de llevarlos a cabo. No es de extrañar dado que ellos eran los que controlaban el Ayuntamiento, tenían los medios para hacerlo y a posteriori ellos mismos se convertían en los principales beneficiarios de los mismos.
El actual cementerio (que vino a sustituir al antiguo del Paraíso, habilitado en 1812), fue construido en 1885. El lavadero público se levantó en 1894 mientras que las conexiones telefónica y telegráfica son de 1897. La luz eléctrica llegaría a Bullas en 1900, el mismo año en que tuvo lugar la construcción de la Torre del Reloj, llevada a cabo como proyecto privado del entonces alcalde Joaquín Carreño Góngora y dirigida a regular las tandas de riego en la cercana huerta del Calderón.
EL SIGLO XX
Bullas fue arrastrada a lo largo del siglo XX por los mismos avatares y convulsiones que vivió el resto de España. Durante el primer tercio se asistió a una cierta estabilidad social y económica.
La proclamación de la Segunda República en 1931 comenzó a dejar ver la polarización política a la que se veía abocada Bullas junto con el país entero. La situación se desbordó tras el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936. Bullas quedó en la zona republicana y así seguiría hasta el final del conflicto. Los hombres jóvenes marcharon al frente. Más de 200 bullenses perecieron durante la contienda. El fragor revolucionario incautó sus propiedades a los terratenientes y destruyó el ajuar del templo parroquial, aunque en líneas generales la vida en la localidad se desarrollaba en medio de una calma tensa.
La llegada de la dictadura franquista supuso un momento inicial de represión a los sectores que habían colaborado con la República y la vuelta a los valores tradicionales, renaciendo el fervor religioso. Eran los “años del hambre”, una dura época dominada por la escasez. A partir de los años 50 se percibió una pequeña mejoría, en gran medida gracias al inicio de la emigración que se generalizaría en los 60. Barcelona, Madrid, Vizcaya, Francia y Alemania recibirían gran número de trabajadores bullenses y sus familias. Esa década saludaría también el inicio de la actividad de la industria agroalimentaria que vino a diversificar un poco más una economía todavía basada en la agricultura. El callejero comenzó a multiplicarse, desbordándose los límites urbanos
tradicionales con el nacimiento de nuevos barrios (el Barrio Nuevo, el Francés o el del Cura).
El último tercio del siglo, el del retorno a la democracia en España, significó un desarrollo de Bullas en todos los aspectos. La construcción se fue convirtiendo en uno de los motores de la actividad económica y la educación media y superior se fue extendiendo considerablemente. Nuevas infraestructuras fueron modernizando Bullas. En los últimos años del siglo, el pueblo que fue emigrante en los 60 comenzó a ver cómo se instalaban en él gentes procedentes de otros lugares del mundo, principalmente Ecuador y Colombia, en busca de un mejor futuro, situación que se mantuvo hasta cumplirse la primera década del siglo XXI.